Por delante, 15 horas de sueño ininterrumpido y 2 días libres que me separan, no ya de ver las cosas con mayor claridad, sino simplemente de verlas. O al menos de empezar a intuirlas... Con la cabeza bajo la almohada, las persianas selladas a cal y canto, y las manecillas del despertador dobladas apuntando hacia ningún sitio, tan sólo pretendo acabar con una sensación de agotamiento que hacía tiempo que no lastraba, y que me impide discurrir con mediana claridad. Por lo menos con la necesaria para entender y asimilar, una vez más, cómo algunas miradas pueden compararse con los efectos de una bomba explotando en silencio.
No será hasta mañana, si los sueños apuñalandome por la espalda y sin avisar me lo permiten, cuando empiece a reordenar libros de páginas en blanco en la estantería siempre correcta de la lógica. No será hasta mañana cuando empiece a dar carta blanca a mi frialdad, cada vez más habitual, para analizar situaciones y justificar el absurdo. No será hasta mañana cuando encienda el puto teléfono móvil para no contestar. No será hasta mañana cuando deje de escuchar esa canción que me clava las espuelas en el alma y que tan bien conoces. No será hasta mañana cuando me salga de dentro cagarme en los diez reyes magos cuando me queme con el café o meta las converse en un charco lleno de mierda. En definitiva, no será hasta mañana cuando salga de un estado de doloroso aturdimiento desencadenado por un cansancio antinatural y que me hace, como puedes comprobar, plasmar por escrito algún que otro delirio falto de coherencia pero lleno a su vez de un profundo y empático sentido.
No será hasta mañana. Por lo menos, hasta mañana, cuando acepte que hay momentos y lugares en los que el mundo se detiene...