El espíritu de Phineas Fog
Instantánea tomada en la estación Norte de Autobuses de Barna durante mi última "huída" de Madrid (Octubre 06), junto a Sanae y Rafel. Dársena 17. Ay primo!
No es por quejarme de vicio. No es porque Madrid en ocasiones me haga bullir en deseos de pasear por la calle con un Kalashnikov despachando con denuedo a propietarios de scooters de reparto y a concejales de urbanismo con complejo de Steve McQueen en plena Gran Evasión. Tampoco es por los parquímetros, ni por el bombardeo de plastas de paloma transgénica en el salpicadero del 206, ni por mis muy amadas alimañas con placa, ni por la carretera de la Coruña en un lunes de diluvio a las 9 de la mañana, ni por la puta madre que parió a esta ciudad de caos absoluto digno de una escena de El Club de la Lucha. Ni siquiera es, como diría nuestro amigo el Pingüi, por tener que escuchar canciones de Kenny G en una sádica estación de radio local de vete tú a saber dónde. No. Ni hablar. El principal motivo por el que escribo esto es por salud mental. O ya metidos en harina, por paja mental, que para el caso, escribir es una forma de desahogo tan natural como zurrarle la badana a un saco de boxeo.
En fin, a lo que voy: el caso es que es una cuestión de aire vital e higiene intelectual para mi humilde persona largarme de cuando en cuando de Madrid. Abrirme, pirarme, escapar, huir, tomar las de Villadiego, salir por patas, llámenlo como les apetezca. Viajar es, sin duda, al menos para mí, más que una diversión: es una necesidad. Y es que, por activa o por pasiva, siempre ha sido generosamente habitual entre nosotros hacer escapadas de fin de semana cada mes o par de meses a lo sumo, a muy diversos destinos, véanse Salamanca, Barcelona, Xeraco, o Sahagún. O incluso a Torino, o a Roma, o a Villafloja del Tremedal, o a donde sea. Pero lejos. Cuanto más lejos, mejor. Sin embargo, por avatares -Rajoy dixit- del destino, todos los planes diabólicamente urdidos para la fuga de turno de la ciudad del oso y el madroño -Al Pacino dixit- desde el mes, ni más ni menos que de octubre, se han ido literalmente al cuerno. Habría que remontarse al pasado otoño para rememorar la fecha del último fin de semana de placer y relax lejos del ahogo madrileño. Y esto, haciendo cuentas, equivale a casi 6 meses sin viajar a ningún puto sitio suficientemente alejado de la capital, y resulta que estoy un poco hasta los mismísimos cocoyos, no nos vamos a engañar. Porque si no es por la crisis económica, son compromisos familiares, o laborales, o académicos. Y si no, el temporal de nieve, viento, hielo, arena del Sahara o lo que sea que le de al de arriba por tirarnos a la cocorota. Y el menda, con todos mis respetos, necesita su dosis de aire fresco, y el de Madrid ya empieza a abrasar la tráquea tanto como un chupito de Absenta.
Por fortuna, el desquite ha empezado a tomar forma hoy, y ya se planea el golpe maestro para primeros de mayo: escóndete Granada si puedes, que las Cruces no las vamos a perdonar.
Aun así no voy a engañarme y, si todo sale tal y como espero (y de momento la nave va viento en popa a toda vela), dentro de 11 meses me iré, esta vez más lejos, a la ciudad bañada por el lago Michigan, y no de vacaciones precisamente. Y en el fondo, tened por seguro que, a pesar de tanto lloriqueo, acabaré añorando a las scooters de telepizza, a las cagadas de paloma española, tan gris y tan asquerosa ella, a la carretera de la Coruña con sus picoletos al acecho, a los parquímetros estropeados y, si me apuráis, a mis queridos amigos maderos de las Bescam. A Kenny G....lo dudo mucho. Pero eso ya lo contaré otro día.
En fin, a lo que voy: el caso es que es una cuestión de aire vital e higiene intelectual para mi humilde persona largarme de cuando en cuando de Madrid. Abrirme, pirarme, escapar, huir, tomar las de Villadiego, salir por patas, llámenlo como les apetezca. Viajar es, sin duda, al menos para mí, más que una diversión: es una necesidad. Y es que, por activa o por pasiva, siempre ha sido generosamente habitual entre nosotros hacer escapadas de fin de semana cada mes o par de meses a lo sumo, a muy diversos destinos, véanse Salamanca, Barcelona, Xeraco, o Sahagún. O incluso a Torino, o a Roma, o a Villafloja del Tremedal, o a donde sea. Pero lejos. Cuanto más lejos, mejor. Sin embargo, por avatares -Rajoy dixit- del destino, todos los planes diabólicamente urdidos para la fuga de turno de la ciudad del oso y el madroño -Al Pacino dixit- desde el mes, ni más ni menos que de octubre, se han ido literalmente al cuerno. Habría que remontarse al pasado otoño para rememorar la fecha del último fin de semana de placer y relax lejos del ahogo madrileño. Y esto, haciendo cuentas, equivale a casi 6 meses sin viajar a ningún puto sitio suficientemente alejado de la capital, y resulta que estoy un poco hasta los mismísimos cocoyos, no nos vamos a engañar. Porque si no es por la crisis económica, son compromisos familiares, o laborales, o académicos. Y si no, el temporal de nieve, viento, hielo, arena del Sahara o lo que sea que le de al de arriba por tirarnos a la cocorota. Y el menda, con todos mis respetos, necesita su dosis de aire fresco, y el de Madrid ya empieza a abrasar la tráquea tanto como un chupito de Absenta.
Por fortuna, el desquite ha empezado a tomar forma hoy, y ya se planea el golpe maestro para primeros de mayo: escóndete Granada si puedes, que las Cruces no las vamos a perdonar.
Aun así no voy a engañarme y, si todo sale tal y como espero (y de momento la nave va viento en popa a toda vela), dentro de 11 meses me iré, esta vez más lejos, a la ciudad bañada por el lago Michigan, y no de vacaciones precisamente. Y en el fondo, tened por seguro que, a pesar de tanto lloriqueo, acabaré añorando a las scooters de telepizza, a las cagadas de paloma española, tan gris y tan asquerosa ella, a la carretera de la Coruña con sus picoletos al acecho, a los parquímetros estropeados y, si me apuráis, a mis queridos amigos maderos de las Bescam. A Kenny G....lo dudo mucho. Pero eso ya lo contaré otro día.
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