Rage against the machine

Y nunca mejor dicho:

En la fotografía superior se puede apreciar el estado en el que quedó mi móvil, recién estrenado, después de una de mis inusuales pero eventuales pérdidas de control. La pantalla hecha añicos y el teclado hecho un eccehomo, por no hablar de la cámara. A la basura con él. Que me den un gallifante.

Es lo que pasa con un sol en tauro: pacífico y tranquilo hasta que se sale de madre y es mejor apartarse. Por lo menos durante los 5 minutos que le dura la embestida. Siempre me irritó en demasía que me colgaran el teléfono, y si a eso le concatenas una tocada de cojones a mansalva, la coctelera taurina explota. Y el móvil detrás...

Y es que el teléfono móvil, por suerte o por desgracia, es lo que uno siempre tiene más a mano, ya sea para llamar al samur, a un colega, o tajado a una exnovia a las 5 de la mañana para dedicarle un "yo-te-quería" o un "vuelve-conmigo" de cosecha. Lo jodido es que también es lo primero que encuentras para usar como arma arrojadiza, reventarlo contra un árbol o tirarlo contra una pared de ladrillo, esto es, para desahogarte en un momento de ira y no partirle la cara al primer infeliz que se te pone por delante. Qué cosas. Lo que nadie te quita es la cara de gilipollas que se te queda cuando te tranquilizas, asi como el cachondeo posterior de los cabrones de tus amigos, cuando ves que tu móvil ya no lo arregla ni MacGyver. Aunque eso sí. Eso sí: me quedé mas a gusto que Pipi sin sus hemorroides. Bien pensado, a lo mejor aprovecho la coyuntura y me dedico a subastar los fragmentos que quedan del malogrado celular como si del diario de Patrick Bateman se tratara. Empezaremos con la tecla de la almohadilla: ¿Quién da más?

A ver si el psicoanalista me receta algo....